Auroras boreales en Alaska

Llegamos a Alaska el 20 de agosto del 2018. Nuestra primera parada fue Tok. Dormimos en la carpa en la estación de servicio. Compramos lo necesario para cocinar sándwiches de cerdo con cebolla caramelizada y unas cervezas alaskeñas para festejar. Contentos de llegar a una ciudad más o menos civilizada después de tantos kilómetros sin nadie. La moto no prendía de otra forma que no fuera empujándola. De hecho en el control migratorio de Canadá y Alaska rogamos que hubiera una bajada para no tener que empujar delante del oficial de frontera. Si, llegamos al famoso cartel “welcome to Alaska” empujando la moto. Una mezcla  infinita de emociones. El letrero de bienvenida claramente marcaba el alcance de la primera meta, pero a su vez, lo que más tenía significado para mí era todo el recorrido realizado hasta ese momento. Todo lo que habíamos tenido que atravesar durante los 15 o 16 meses anteriores. Nos abrazamos fuerte, muy muy fuerte. No caíamos en el momento de lo que habíamos hecho.
Prudhoe Bay, Fairbanks, El Denali, Anchorage, la Península de Kenai, eran paradas obligadas en nuestro paso por Alaska.
El verano llegaba rápidamente a su fin y la posibilidad de ver auroras boreales era lejana. Luego de 15 días de recorrido la moto seguía presentando muchísimos problemas eléctricos, se apagaba en lugares indeseados, en tierra de osos. Acampabamos esperando mágicamente que al día siguiente se haya arreglado.
  Pudimos visitar el parque nacional Denali, avistar un Caribou con unos cuernos enormes muy de cerca. Al finalizar el recorrido por el Denali nos fuimos al pueblito de Healy para ver la réplica del autobús mágico utilizado para la película “Into de wild''. Esa noche encontramos un punto de acampe en “Ioverlander”, una app para viajeros que ayuda a encontrar sitios de camping y coincidir con otros aventureros. Cuando llegamos estaba lleno de viajeros de todas partes del mundo. Alemania, República Checa, Francia, Colombia y más.
Fin de agosto en Alaska. No podía pasar: Las auroras boreales se ven en invierno. Recién desde finales de septiembre en adelante las probabilidades aumentan.
La noche tiene que estar despejada.
Se tienen que ver las estrellas.
Tiene que hacer mucho frío.
Tiene que estar muy oscuro.
Tiene que ser después de las 12 de la noche.
Parecía imposible. Y en agosto? Todavía no empezaba el otoño. Habíamos terminado de cenar, eran las 9 y algo de la noche, si mal no recuerdo. Alrededor de una fogata junto a viajeros de todas partes del mundo, con luna llena y un poco paranoicos por la presencia de osos en la zona, un viento “diferente” anticipó que algo estaba pasando. El humo de la fogata nos cegó a todos. De repente grito: ¿Qué es eso?!!
Y por una fracción de segundo todos pensaron que un oso nos estaba por comer o algo asi.
Pero al instante, empezamos a gritar y mirar el cielo como si lo que estuviésemos viendo no fuese real.
El cielo bailó.
Mi alma bailó.
Aquello que no esperábamos pero que anhelabàmos profundamente estaba pasando.
Un viajero alemán le pedía matrimonio a su novia, debajo de las auroras boreales.
¡Estaba pasando!