El Mollar,Tucumán

Ahora si, había que arrancar, pero de verdad.
En los mapas de todos, el primer destino era directamente Tafí del Valle. Hacia allá iban todos. Pero por suerte yo no tenía mapas. Había un puntito chiquito antes de Tafí. El colectivo hacía una parada antes: El Mollar. Vamos a ver qué onda…
Un simple colectivo, acá se convierte en “El bondi de las nubes”. Sale de plena ciudad y de golpe se interna en una montaña rusa, subiendo, bajando y zigzagueando entre los “ceyos”, a miles de metros de altura, entre precipicios verde flúo, cascadas y, allá abajo, lejos, el río termina de dibujar una postal viva. Se siente el olor verde.
Increíble, emocionante. Uno trata de no emocionarse demasiado porque va sabiendo que siempre lo que viene después va a ser aún mejor, pero es difícil de controlar, ese trayecto ya estremece. Es un paisaje paradisíaco. El primero. Es el primer gran golpe. “No me quiero imaginar lo que va a ser cuando vea, por ejemplo, el Cerro de los Siete Colores”, pienso, y temo.
Mientras, Daniel, un lugareño que viaja al lado mío, me hace las veces de guía turístico. Hasta tengo la suerte de que cayó justo al lado mío un mollarense (?). Empiezo a sospechar de que no es suerte, sino que estaba todo armado especialmente para mi…
Caí en El Mollar, donde los folletos prometían “movida para la juventud veraniega”. Emmm, creo que exageraba un poco. Ojo, era media mañana, y la lluvia y el gris tiñeron absolutamente todo. Como recién primera parada posta, zafa. Pero no mucho mas que un pueblito tranquilo y humilde un una ladera con bajada al lago en medio ya del Valle Calchaquí.

Segunda prueba mochilera: Lluvia vs Mochila.
Y me sorprendí a mi mismo con el gran cobertor hecho con bolsas cortadas a cuchillo. Quedó demasiado perfecto. Ojo conmigo, eh.
Ahora quedaba rendir una materia mas para recibirme de mochilero posta: Hacer dedo. Y encaré para la ruta nomás. “¿Qué hago? ¿Dónde me paro? ¿Cómo se hace? ¿Y ahora?”.
Levanté el dedo… fuuuuum. Pasó de largo el primero. Y el segundo, y el tercero. Uh, no era tan fácil. Es muy frustrante ver pasar los autos así. Empezás a estudiar el terreno y planear estrategias. “Quizás si voy mas ruta adentro, me ven más solo y doy más lástima”, “Hay que apuntarle a las chatas”. A ver, allá viene una Traffic… ¡paró!. Dicen que me tiran hasta la rotonda de la ruta (en el pueblo estoy a unos 5km para adentro). Me re va. Subo atrás. Momento… sillón, camilla, botiquín, suero, una cruz roja… ¡es una ambulancia! ¡Ja, me levantó una ambulancia!
Acá en la rotonda pasan obligados todos los que van pa´ Tafí, así que alguno me llevará. Está lloviznando, gris. Estoy solo ahí parado en medio de una inmensidad. Un paisaje de no creer. Me miro a mi mismo en esta situación y me rio solo. Hacer dedo no es un sufrimiento al final. Se disfruta. Tiene una adrenalina rara. Se hace con alegría. ¿Habrá algo que no se haga con alegría acá? Imposible. Hasta te dan ganas de que no te levanten.
¡Esa! Paró un auto. Familia de turistas. Van a Tafí, joya. No sé cómo agradecerles. Es un trecho de unos 15km. Los podría hacer en bondi tranquilamente. “No es de rata esto”, les cuento que hago dedo por la experiencia que significa todo esto. Esperar que te levanten de onda, confiar en la amabilidad de un desconocido, conocerlos, compartir un mate con cualquiera, charlar… Eso es lo que quería de mi viaje, y es lo que estoy haciendo”, les meto charla. Temas típicos: de dónde son, hacia dónde van, y compartir el asombro de cada lugar. “Hagamos algo: en forma de agradecimiento por esto, si esta noche me encuentran por el centro, me chiflan y yo les invito una birra a los tres, ¿ok?”. Por ahora no los volví a cruzar… por suerte.

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